Solía odiar a Jake. No era culpa suya, sólo estaba siendo un imbécil.  Así que esto es lo que sucede: todos los jóvenes de ojos brillantes con una victoria de la NSSA en su haber y una pegatina en su nariz finalmente obtienen una licencia de conducir y se gradúan de la escuela secundaria y si tienen la suerte de ganar un dólar de dicha pegatina es probable que no tengan universidad o trabajo u otras responsabilidades y están en la playa todos los malditos días.

Y tienen amigos. Amigos a los que dan informes de surf. Amigos con los que surfean, se ríen entre ellos y me rodean con su exuberancia juvenil.  

Cuando Jake tenía 18 años, yo tendría 29... acababa de tener mi primer hijo, Quiksilver acababa de quebrar, estaba intentando averiguar qué era lo siguiente. Seguía filmando y haciendo una película de surf que se convertiría en el capítulo 11. Mi tiempo para surfear se volvió programado y limitado. Los clips se volvieron más difíciles de capturar. Las multitudes aumentaron.

Y ahí está Jake. Y sus amigos. En la playa todos los malditos días. Lleno de energía y entusiasmo por la vida.

Hay un patrón con cada nueva cosecha de niños. Primero empiezan a aparecer cuando las olas son buenas y luego a averiguar el oleaje y el viento y cuándo estar en qué spot y tienen un afán con el que no me identifico y siento que no puedo quitármelos de encima y surfeamos el mismo pico todos los días y nos pisamos los pies intentando hacer trucos para la cámara y me fastidia...

Luego, cuando por fin los conozco, me siento como un gilipollas.

Jake resultó ser un chico jodidamente genial. Como la mayoría de ellos...

Texto: Dane Reynolds



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